diciembre 29, 2008

¿Binghamnismo?

Thomas Bruce, conde de Elgin, seguramente nunca imaginó que su arbitraria decisión sobre los mármoles del Partenón le significarían convertir la prosapia de su nobleza en denigrante oprobio.

En efecto, cuando en 1805 desmonta, fragmenta y erradica piezas del celebérrimo monumento griego, seguramente nunca sospechó que a esa acción no se le llamaría salvaguardia, salvataje, o simplemente vandalismo. Ni siquiera. De ahí en adelante se conocería como elginismo.

Cien años después de ello, es decir un tiempo suficiente y prudente como para evaluar e internalizar los efectos de tal impropio proceder, Hiran Bingham fue por otra senda que, a falta de una mejor palabra y para no repetirnos con el apellido, hoy lo tiene merecedor de otro neologismo que acabamos de inventar: binghamnismo.

La indignación e impotencia que provocan por igual estas dos situaciones, a todos los que estamos comprometidos con la protección del patrimonio mundial, es bastante obvia. Pese a los cien años de diferencia las coincidencias son igualmente evidentes: subalternización de la interpretación patrimonial, postcolonialismo activo y colonialismo pasivo, paternalismo positivista y oportunismo mediático, entre muchas otras.

Sin embargo hay -al menos- dos diferencias que queremos apuntar, en el ánimo de aportar argumentos para las demandas generadas por la cacofonía del segundo "ismo". Esto a partir de las recientes declaraciones de Cecilia Bakula, directora del Instituto Nacional de Cultura de Perú INC, en respuesta a la interpelación que le hicieran algunos de nuestros colegas del ICOMOS Perú.

En primer lugar la distancia de un siglo no es gratuita. Menos si ese fue el siglo XIX, tal vez el más patrimonialista de toda nuestra historia. Un siglo en donde se forman, institucionalizan y legitiman prácticas disciplinares que son claves en nuestras tareas como es la arqueología, la historia del arte y la restauración. Desconocer eso después de un siglo no justifica el salvataje y sólo reafirma el vandalismo.

Ni más ni menos.

En segundo lugar resulta paradojal recordar que la misma Universidad de Yale -donde hoy se "recaudan" las piezas erradicadas por Bingham- fuera el hogar académico de uno de los más entusiastas defensores del patrimonio peruano, como fue el historiador del arte George Kubler. Entusiasmo que se corrobora si recordamos la misión que encabezó en 1951 ,a partir del mandato de la UNESCO, para implementar asistencia técnica internacional en la ciudad del Cusco por los devastadores efectos del terremoto de 1950 en su patrimonio.

Y nótese que esta acción fue documentada mucho antes que los episodios de Asuán, la que debería recordarse como nuestro gran referente inicial en cuanto a cooperación internacional en temas de patrimonio.

Por lo anterior apelar a la buena voluntad no basta. Eso ya lo saben nuestros colegas griegos, por más alto haya sido el canto de Melina Mercouri.

Hay que apelar con dignidad, rigor y convicción a los derechos fundamentales que suponen ser depositarios e intérpretes de un legado patrimonial, donde los otrora argumentos paternalistas no tienen sentido de realidad, ni se condicen con el estado actual del sistema internacional.

A recordar que los pueblos tienen los patrimonios que se merecen, por lo que la circunstacia de que otros nos vengan a decir qué se conserva y cómo se conserva es francamente impresentable. Por lo que fraternalmente debemos manifestar nuestro apoyo a los legítimos esfuerzos de nuestros vecinos para reintegrar territorialmente su patrimonio cultural.

Por lo demás –como bien ha demostrado nuestra colega del ICOMOS Peru Mariana Mould de Pease- Bingham no fue el primer “gringo” en descubrir Machu Picchu, sin embargo fue el primero en convertir su apellido en un nuevo elginismo para el siglo XX.

Esperemos que no tenga seguidores en nuestro siglo XXI.



José de Nordenflycht
Presidente ICOMOS Chile

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