1. Autenticidad y alteridad.
“Desde el restaurante del primer nivel de la Tour Eiffel, la mirada del visitante de la Exposición Universal de París de 1889 registraba en primer plano dos construcciones a ambos lados de su eje sudoeste/noreste. Se trataba de los pabellones mexicano y chileno. En su localización especular, estos edificios representan los dos extremos entre los que oscila la cultura arquitectónica latinoamericana moderna en el imaginario de occidente. Del lado derecho del observador, el pabellón mexicano era una suerte de monumento prehispánico que, se suponía, debía expresar el carácter de la arquitectura de ese país. Del lado izquierdo, el pabellón chileno era una estructura prefabricada desarmable que fue luego transportada y vuelta a montar en Santiago de Chile.”
Francisco Liernur[1]
Si la UNESCO fuera una gran torre que nos permitiera subirnos a ella, veríamos de un lado la Casa Estudio Barragán (Tacubaya, México D.F. inscrita en la Lista de Patrimonio Mundial en 2004) y del otro los Barrios Históricos de la Ciudad Puerto de Valparaíso (Valparaíso, Chile, inscritos en la misma Lista en 2003).
Ambos casos, aún dentro de sus grandes diferencias, son considerados tipológicamente como patrimonio moderno, donde la UNESCO reconoce indicadores de autenticidad e integridad como parte de las condiciones para ser inscritos en la Lista.
En ambos casos la justificación de su autenticidad fue uno de los puntos más complejos, ello debido en gran parte a que no fueron suficientemente dimensionados en el contexto de su significado historiográfico, donde se comience con una lectura sobre las condiciones estructurales de los proyectos historiográficos locales de cara a la producción de significados en aquellas obras, conjuntos o áreas urbanas locales que son valorados patrimonialmente en el contexto global.
Cuestión muy reciente si de modernidad se trata, de hecho en la solapa del clásico libro de Sir Banister Fletcher se anota -recién en su vigésima edición de 1996- que “ por primera vez la arquitectura del siglo XX es considerada como un todo y asumida en perspectiva histórica”[2]
De este modo Valparaíso y Barragán se presentan como contextos de significación modernos toda vez que sus características son activadas por las obras que los valorizan.
Obras muy locales de alto valor identitario, ahora de reconocido valor global, esto es legitimadas desde la alteridad.
En el caso de Barragán el valor de su obra se instala con características que son una respuesta precursora de la nueva sensibilidad que ocupará a muchos arquitectos en el mundo desde la década del sesenta, en donde la memoria, el lugar, el contexto natural y el respeto por el habitante dejará atrás el formalismo funcionalista hegemónico, que no hizo otra cosa que ignorar todo lo anterior.
En el caso de Valparaíso estamos en presencia de un conjunto ambiental valorizado desde una peculiar muestra de modernización vernacular hacia fines del siglo XIX. Dónde se manifiesta un complejo proceso de asimilación y readaptación de un lenguaje arquitectónico internacional que se adecua a soluciones locales, con respuestas que tienen un alto valor autónomo en sus soluciones funcionales y de emplazamiento.
Es aquí donde algunos hablarán de “neoclasicismo tardío”[3], el que desemboca claramente en un eclecticismo que sólo va a declinar tardíamente hacia mediados del siglo XX, dando cuenta de su diseminación en lo que la historiografía arquitectónica reciente ha denominado la “arquitectura tradicionalista”.[4]
Estas categorías ciertamente no las encontramos fácilmente aceptadas en el contexto de una cultura arquitectónica global, ya que la emergencia y desarrollo de lo que históricamente se conocerá como el Movimiento Moderno Internacional no solo concentrara buena parte de la atención y esfuerzo intelectual por parte de la historiografía del siglo XX, donde los territorios postcoloniales han sido integrados a ese contexto global por la vía de la integración políticamente correcta de la efectiva marginalización de su producción arquitectural, incluyendo a esta en capítulos residuales, fragmentarios y esporádicos de la historiográfica de corriente principal y dominante.
Es por lo anterior que la producción historiográfica sobre la arquitectura latinoamericana ha tenido que superar rápidamente tres momentos metodológicos para hacerse legible, desde la simple identificación de cabezas de serie –en su valoración como monumentos- hasta el reconocimiento de sus valores urbanos -en el límite metodológico con la historia urbana- sumado a un puñado de reflexiones formalistas sobre la noción de filiación estilística en torno a polémicas sobre la identidad de la producción arquitectónica.
Estos tres momentos han venido a ser puestos en discusión sólo durante las últimas décadas, desde enfoques que incorporan la sociología del arte, el análisis estructural y su función operativa en el contexto de su puesta en valor patrimonial.[5]
Cuestión donde en el otro, la autenticidad siempre es una impertinencia semántica, ya que la revancha de la copia es la crisis del original.
2. Autenticidad y amnesia.
Desde Goya sabemos que el “sueño de la razón produce monstruos”, por lo que imaginemos despertar del sueño, sin memoria.
Clínicamente el término anamnesis define el examen realizado a personas que presentan pérdida de memoria o amnesia. Constituye la prueba encargada de reunir todos los datos personales, hereditarios y familiares del paciente, anteriores a la enfermedad. Busca, en el mejor de los casos, la reminiscencia o transferencia de huellas mnémicas ubicadas en algún lugar de tiempo.
Esto nunca es un proceso de restablecimiento sino de construcción, ya que el paciente no sería capaz de identificar su pasado, sólo de asumirlo como propio.
La memoria pierde, en este momento, su vigencia en el tiempo, convirtiéndose en un objeto atemporal, con referencias únicas en su reconstrucción imaginada. Los efectos colectivos a nivel social de esta operación ya los ha señalado Hosbwam[6], cuando demostraba hace algunos años como en las sociedades postcoloniales existía una tendencia a inventar tradiciones.
Se olvida para recordar, se recuerda por ausencia. Por lo que necesariamente se termina fabricando un producto, una memoria nueva, sin pasado.
El relato de esa memoria se construye a través de unos intérpretes que componen los hechos y experiencias anteriores, otorgándole sentido temporal, histórico.
Lo autentico no estaría entonces en una suerte de “verdad original”, sino que más bien por la capacidad de construir un relato verosímil y legitimador.
Esa autenticidad legitimada es la que se expresa en nuestras sociedades a partir de un ejercicio de domesticar la historia que finalmente termina en una “democracia de la memoria”.
La democracia de la memoria da paso a la “gestión del recuerdo”
En el ámbito urbano los típicos fenómenos asociados a esta “gestión del recuerdo” en que se han convertido las operaciones de intervención patrimonial, fundamentados en esta autenticidad amnésica, han sido los excesos del fachadismo y el neopristinismo.
3. Autenticidad y originalidad.
Ha pasado poco más de una década de Nara[7], y sus conclusiones fueron coincidentes en reconocer a la autenticidad como una “firma de si mismo”, asumiendo la tradición que en el mundo occidental reconoce en la autoría un síntoma de originalidad y legitimación, de ahí el llamado “Culto Moderno a los Monumentos”[8] que se convierte en profesión de fe incluso en los momentos más iconoclastas, por lo que en la actual discusión crítica sobre la intervención en el territorio con el objetivo de (re)producir culturalmente la imagen de una comunidad se evidencia la carencia y lo dificultoso que es el entender la autenticidad a través de un "test" que evalúe las condiciones de historicidad, artisticidad y monumentalidad en base a la "firma".
Firma única y patentada, por lo demás, que es la que se puede suponer de un territorio económico neoliberal.
Sin embargo hoy hasta la firma está en crisis, pensemos en los dolores de cabeza que le produce al copywright las infinitas posibilidades de clonación que permiten los formatos digitales. Peor si comprobaos que hoy ya convivimos con los e-monuments; esto es bienes patrimoniales que dependen de un soporte mediático-electrónico para su transferencia, donde hay una retracción del sujeto que los “observa” a partir de su representación formal, en este caso en formato virtual.
Esta característica de virtualidad inmediatamente les haría perder su condición aureática. Una pérdida generada por la incesante iteración que, sin duda, va acompañada de dos importantes y nuevas oportunidades como son la accesibilidad, generada por la fricción espacial propiciada por las nuevas tecnologías de la información; y la permeabilidad a soportar intervenciones, que como retóricas de simulación se imponen a las ya tradicionales previsiones de la mínima intervención y reversibilidad.
Una sociedad que se copia a si misma, unos productores y autores que utilizan el pastiche como retórica de la cita y el fragmento –recordemos el postmodernismo y el contextualismo- y unos operadores y actores urbanos que asumen la sociedad del espectáculo con todo el cinismo que les permite su avidez han sobreexpuesto nuestra memoria, iluminándola con una luz que más que dar cuenta de luces y sombras, aplana todo con la calidez de la seguridad ciudadana integrándose a la cuenta de los dispositivos de control social más que las pertinencias del significado patrimonial, en cuantas de nuestras ciudades no hemos sido testigos de cómo la simple lógica del “ornato y aseo municipal” se transfiere al “gasto” patrimonial, invocándose el nombre del patrimonio como aval para externalidades que terminan desnaturalizando su autenticidad.
Más aún, desde un punto de vista esencial la luz en las obras de arquitectura las hace visual por defecto, esto significa que no es una condición sinequanon que la arquitectura se perciba por los ojos. De hecho la arquitectura puede ser recorrida, habitada y disfrutada por los ciegos.
La impúdica sobre exposición a la que se ven sometidas hoy en día las obras arquitectura, ha develado el equívoco mediático de creer que la arquitectura es un arte visual.
Este es por cierto un indicador de autenticidad muy afectado por la retórica de la hipervisibilidad monumental, generada por una contaminación lumínica proveniente del equipamiento urbano que ha sobrexpuesto nuestros monumentos y conjuntos históricos a una irracional iluminación que nunca tuvieron en su origen.
Por otro lado, y también a nivel de superficie, el color no es un elemento estructural del espacio arquitectónico, pero de hecho incide en su condición de visibilidad.
Sin embargo es un estado de la obra.
La autenticidad más que un estado de la obra es una condición de esta, por lo que nos parece equívoco suponer que habrá un momento de mayor autenticidad –por ejemplo el momento inmediatamente a su producción- y otro de menor autenticidad –por ejemplo el momento de su reproducción- toda vez que la condición de autenticidad es lo que la hace única e irrepetible.
Consideraciones exclusivamente técnicas y cientificistas simplificadoras de un retorno a un estado inicial desconocido; y en otras ocasiones son el resultado de la defensa de intereses comerciales más o menos encubiertos a base de exigencias funcionales, de economía, de mantenimiento, de seguridad, cuando no directamente políticas.
Eso es todo, lo demás sería caer en una larga casuística, me temo, sufrida por todos en alguna medida… pero terminemos con una última reflexión acerca de esa autenticidad de todos.
El 11 de noviembre de 1997, en la vigésimo novena sesión de la Conferencia General de la UNESCO, se aprobó unánimemente la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, que en su artículo 11 dice: “El genoma humano es la base de la unidad fundamental de todos los miembros de la familia humana y del reconocimiento de su dignidad intrínseca y su diversidad. En sentido simbólico, el genoma humano es el patrimonio de la humanidad.”
Desde el momento en que la UNESCO declara “en sentido simbólico” –de que otra manera podría ser- al Genoma Humano como Patrimonio de la Humanidad, la amplia discusión postcolonial sobre la identidad ya no resistiría más embates que los de su propia inactualidad, dejando atrás una serie interrogantes no resueltas que –como ruinas y escombros de mayor o menor jerarquía- deban cuenta de la diferencia, la multiculturalidad o la autenticidad, entre otros sendos bastiones epistemológicos de resistencia a la homogenización sistemática que el capitalismo avanzado impone a través de la globalización.
Puede resultar curioso para algunos, patético para otros, comprobar que nuestro patrimonio genético, aquél que a través del tiempo biológico nos hace únicos como especies sobre este planeta, no es otra cosa que un argumento más a merced del triunfo del capitalismo avanzado.
Ello porque la igualdad genética, al no ser cultural, no tiene motivo para reconocer la igualdad fundada en un proyecto histórico determinado. Pienso por ejemplo en la libertad, la igualdad y la fraternidad como reza el ideario revolucionario que fuera diseminado mediáticamente por un grupo de “compatriotas del genoma humano” durante tanto tiempo.
De hecho hemos sido testigos en los últimos doscientos años de como la “patrimonialidad” del genoma humano en tensión con su territorialización ha puesto de rodillas todo lo que de solidario, tolerante y fraterno pudo haber tenido la utopía en la que se han instalado su discurso.
La puesta en valor patrimonial del “genoma humano” nos hace asistir hoy al desplazamiento de la discusión geopolítica por la discusión biológica.
Esto es: el “buen salvaje” como metáfora de ese origen social del genoma humano. O lo que es igual: el desplazamiento de las políticas del territorio por las políticas del cuerpo.[9]
Hoy la más mínima reflexión sustentable sobre la planificación territorial se hace sobre las causas y los efectos que movilizan el cuerpo social para la construcción de “su lugar”, por lo que la digresión de estas siete breves notas se desliza desde la pregunta: ¿es hoy en día la autenticidad ese genoma del cuerpo social?
José de Nordenflycht
en LÓPEZ MORALES, Francisco (ed.) Nuevas Miradas Sobre la Autenticidad e Integridad en el Patrimonio Mundial de las Américas, ICOMOS, Monuments and Sites XIII, 2007.
Notas
[1] LIERNUR, Jorge Francisco “Un nuevo mundo para el espíritu nuevo: los descubrimientos de América Latina por la cultura arquitectónica del siglo XX” en Escritos de Arquitectura del Siglo 20 en América Latina, Tanais Ediciones, Madrid, 2002, pág. 27.
[2] Hemos consultado la reimpresión del año 2001 hecha en base a la vigésima edición de 1996. CRUICKSHANK, Dan (ed.) Sir Banister Fletcher’s A History of Architecture, Architectural Press, London, 2001.
[3] NICOLINI, Alberto “Neoclásico tardío en Hispanoamérica.” en Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas “Mario J. Buschiazzo”, Buenos Aires, n°s 35-36, 2000-2001. Págs. 85 y ss.
[4] PIGAFETTA Giorgio e Ilaria ABBONDANDOLO La arquitectura tradicionalista, Celeste Ediciones, Madrid, 2002.
[5] Ver en especial las reflexiones teóricas de WAISMAN Marina El interior de la Historia. Historiografía Arquitectónica para uso de Latinoamericanos, Escala Editorial, Bogotá, 1990 y GUTIÉRREZ Ramón Arquitectura latinoamericana. Textos para la Reflexión y la Polémica, Epígrafe Editores, Lima, 1997.
[6] HOSBWAM, Eric y Terence RANGER La invención de la tradición, Editorial Crítica, Barcelona, 2002.
[7] Al respecto no creo que sea una casualidad que en la presente reunión se repitan nombres que hicieron importantes aportes a la definición de un marco conceptual sobre la autenticidad en la Reunión de Nara. Cfr. PETZET, Michael “”In the full richness of their authenticity”- The Test of Authenticity and the New Cult of Monuments” y JOKILEHTO, Jukka “Authenticity: a General Framework for the Concept”, en LARSEN, Kurt Einar (ed.) Nara Conference on Authenticity, Tapir, 1995.
[8] RIEGL, Aloïs Der moderne Denkmalkultus. Sein Wesen und seine Entstehung, Viena y Leipzig, 1903. (El culto moderno a los monumentos, Visor, Madrid, 1987, traducción de Ana Pérez López).
[9] NORDENFLYCHT, José de “Un lugar para el local”, ponencia presentada al seminario Revisitando Chile: identidades, mitos e historias, Comisión Bicentenario Valparaíso, 19 y 20 de diciembre de 2002:
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