noviembre 05, 2007

El mal(l) del patrimonio

En su edición del día lunes primero de octubre de 2007 El Mercurio de Santiago publica una nota en donde se recogen las siguientes declaraciones:
“Se nos ocurrió diseñar como un “mall del patrimonio”, en una propuesta vernácula chilota de hoy, no quiero copiar lo antiguo. Quiero hacer una casa de encuentro cercana a la Iglesia, donde el turista pueda ver una demo, cambiar a la guagua o descansar un rato. Una especie de duty free chiquitito, donde haya un abstract de artesanía, información turística.”, más adelante se agrega que el entrevistado: “Puntualiza que no buscan convertir a las iglesias en objetos de Mercado.” [1]
Sabemos que las realidades se construyen desde las discursividades, antes que ningún clavo se movilice para construir algún mall o duty free estos ya se han instalado, la transformación está en marcha y eso es lo grave de este caso[2]. Como los discursos se combaten con otros discursos, permítanme hoy esta pequeña diatriba preliminar sobre las profundas contradicciones de las aseveraciones precedentes.
El mall se convierte en mal, no porque desconozcamos la pertinencia de ellos y su ubicuidad forzada en la sociedad actual, pero desde todos los tonos se ha insistido en que uno de los espacios de la supermodernidad del capitalismo avanzado en donde no hay identidad es el mall, si nos apuran es precisamente el ejemplo recurrente de los no-lugares que desde hace un tiempo describe el antropólogo francés Marc Augé[3].
Por lo demás los vocativos “se nos…” y “quiero”, son verbos que no están conjugados precisamente para dar cuenta de la participación en la toma de decisiones que las comunidades generadoras y depositarias de la soberanía patrimonial deben tener por derecho propio. Ver una demo, o un abstract no se condice tampoco con la necesidad de interpretar el patrimonio
¿De quién es el patrimonio? y ¿quién hace el patrimonio?, así como ¿quién merece el patrimonio? y ¿quién debe acceder al él? son cuestiones que, a juzgar por este tipo de declaraciones, nos se han pensado suficientemente.
Para responder estas preguntas que rondan la presente convocatoria ¿cuál es el lugar del patrimonio? nos vemos en la necesidad de invocar un breve genealogía sobre nuestro interés en salir a ofrecer respuestas sobre esa pregunta en el contexto de nuestra participación en el debate contemporáneo sobre el patrimonio en el seno del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios.
Lo primero es que necesariamente deberíamos situarnos lejos de las lógicas económicas que rigen el intercambio simbólico. Por cierto muchos lucran con el patrimonio sin embargo ese no ha sido nunca el sentido de la cooperación internacional que anima la Convención de Patrimonio Mundial de la UNESCO, contexto de estos anunciados mal(l)es.
Aclaramos que no podemos ser ingenuos, de hecho Estados tan autosuficientes como Omán han preferido la rentabilidad de una prospección, bastante cierta, de otro yacimiento de combustible fósil -otro más- en su territorio, que cooperar con la credibilidad de la Lista.
En un momento de la discusión en donde se concensúa que todo es patrimonio, peligrosamente nada lo es. Ya es sabido que la mejor manera de anular la diferencia es adoptar una inclusividad que disemine todo en la homogeneidad del todo vale.
Por lo tanto el patrimonio no debería considerarse como una condición, no se nos declara como patrimonio de la humanidad (sic), como continuamente nos insiste el discurso mediático siempre tan sospechosamente desprolijo. En el caso de la Convención de Patrimonio Mundial de la UNESCO el protocolo indica que una comunidad local solicita inscribir su deseo a través de los oficios del Estado Nación –único interlocutor válido en un contexto intergubernamental como es a UNESCO- las Iglesias de Chiloé, Valparaíso o Sewell siempre han sido patrimonio de la humanidad, el caso es que si el patrimonio es una experiencia ésta se origina una práctica[4], la distancia entre ellas sería la posibilidad de que la ciudadanía no sea sólo la guardiana de este legado sino que la intérprete de la misma.
Es aquí donde la interpretación del patrimonio reviste varias consideraciones, cuestión que de un tiempo a esta parte se ha referenciado internacionalmente a partir del proyecto de la Carta de Ename[5].
De hecho en la arquitectura patrimonial, tanto el proyecto como la obra, tiene un componente de interpretabilidad muy importante pues ahí es donde esta “música congelada” se expresa en su mejor definición.
No vendremos a decirle a los arquitectos lo que ellos saben de sobra: los sistemas de representación son siempre sistemas de notación –para seguir con el símil de la música- por lo que quien interpreta es quien habita. Mismo habitar que muchos motejan rápidamente de intangible, cuando es lo más tangible de la arquitectura.
De ahí que la industria cultural ha cooptado el patrimonio intangible, dentro de las lógicas del semiocapitalismo[6], entendido éste como un régimen de mercado virtual donde se venden “oportunidades de localización” (vista, prestigio u otras ventajas) y no arquitectura. La especulación inmobiliaria no es el drama del patrimonio, es el drama de la arquitectura, donde el colectivo social o multitudo –en el sentido que le da Toni Negri a la antigua expresión de Spinoza[7]- asiste a la gentrificación de su bien común.
El patrimonio tal vez sea la última frontera que el semiocapitalismo intenta derribar por medio de la seducción del turismo global, donde el ultimo espectáculo lo vimos recientemente cuando muchos gobiernos en el mundo cayeron rendidos ante la posibilidad de entrar en la lista de las siete nuevas maravillas del mundo, entrando de lleno en el juego de la farandulización del patrimonio, ese patrimonio light que ya advertíamos hace unos años atrás[8], antes por cierto que comenzáramos a inscribir sitios en la Lista de Patrimonio Mundial.
Este tipo de selecciones nos recuerda la curiosa polémica sobre el proyecto del maletín literario, como si quienes deben estar dentro y quienes deben estar fuera de él, sea una discusión nueva. Siempre la distribución y circulación de los bienes culturales cooptados por las industrias culturales está mediado por la accesibilidad de quien selecciona, el que siempre es otro, ya que en aquellos que manejan la ilusión sobre el control de su elección está operando una ausencia de relación con la práctica cultural, que no sea el flujo del mercado. Ya lo ha planteado Bourriaud[9] para el campo artístico a partir de su estética relacional, por lo que podemos transferir ese entendido al reconocimiento del patrimonio activado siempre como una relación, la relación construida entre nosotros y los otros que han estado ahí antes. Por lo que su dimensión intangible es indisoluble de su dimensión tangible.
La cuestión entonces va por el lado de asumir que el patrimonio es una conquista social, conquista que se logra cuando estemos en las mejores condiciones de apropiarnos de él en tanto evento epistemológico, donde quien interpreta puede ser puesto por encima de quien decide, desplazando el asunto de la práctica hacia quien conoce y como puede y cree que conoce
Si hace unas décadas el patrimonio era una práctica concentrada en la gestión –gestión del recuerdo- ahora el patrimonio debería ser comenzado a reconocer como una práctica epistemológica de reconocimiento y resignificación continua de lugares, antes incluso de que estos sean gestionados como tales y por cierto mucho después de que la gestión ha cedido al mercado.
Muchos piensan que ese es el mal menor, pero mall al fin.


[1]Turismo y Patrimonio se dan de la mano”, El Mercurio de Santiago, 1 de octubre de 2007, pág. A9.
[2] Esto es lo que, por ejemplo, queda al descubierto de proyectos culturales tan sonados como el Museo Guggenheim de Bilbao. Vid. ESTEBAN, Iñaki El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento, Editorial Anagrama, Barcelona, 2007.
[3] AUGÉ, Marc Los no lugares: Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Gedisa, Barcelona, 1993.
[4] Por cierto una “práctica” en el sentido que le da DE CERTEAU, Michel La invención de lo cotidiano. 1. Artes de hacer, Universidad Iberoamericana, México D.F., 1996.
[5] ICOMOS ha generado un debate sobre el tópico de la interpretación, para lo cual ha discutido una propuesta denominada Carta de Ename, su última versión de abril de 2007 puede ser consultada en www.enamecharter.org, paralelamente han surgido valiosas iniciativas como la Asociación de Interpretación del Patrimonio www.interpretaciondelpatrimonio.com
[6] GRAZIANO, Valeria “Intersecciones del arte, la cultura y el poder: arte y teoría en el semiocapitalismo” en BREA, José Luis Estudios Visuales. La epistemología de la visualidad en la era de la globalización, Editorial Akal, Madrid, 2005.
[7] NEGRI, Toni Arte y Multitudo. Ocho cartas, Editorial Trotta, Madrid, 2000.
[8] NORDENFLYCHT, José de Patrimonio Local. Ensayos sobre arte, arquitectura y lugar, Editorial Putángeles, Valparaíso, 2004.
[9] BOURRIAUD, Nicolás Estética Relacional, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2006.


Ponencia leída por José de Nordenflycht, Presidente de ICOMOS Chile, en el encuentro “El lugar del patrimonio y las prácticas culturales" organizado por el Colectivo Apariencia Pública, Aula Magna Universidad Central de Chile, 6 de Noviembre de 2007.

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