En las comunidades humanas los sistemas cerrados no existen.
Aunque nos empecinemos en determinar –y muchas veces generar- condiciones excepcionales para demostrar lo contrario como lo han hecho durante la historia una serie de voluntarismos de consecuencias catastróficas, físicamente el planeta ya ha demostrado que eso es una ficción, lo que metafísicamente ya era un hecho mucho antes de la progresiva extensión del horizonte geográfico europeo de hace apenas cinco siglos.
De hecho en territorios climáticamente tan adversos y alejados como las zonas polares, muchísimo más recientes en su ocupación, lo que se comprueba es más bien lo contrario, donde la solidaridad sobre toda contingencia de origen es el axioma de entrada para la más mínima viabilidad de habitar en ellos.
¿Que se podría decir entonces de situaciones en donde el clima es benigno, las condiciones mínimas de habitabilidad aseguradas y el prodigio de la naturaleza resulta mucho más amable?
Nuestro reciente viaje a Isla de Pascua nos recordó el cuento de Borges donde un personaje en su afán por hacer un mapa perfecto, termina haciendo calzar la cartografía con el territorio, llegando finalmente -por ese absurdo- a darse cuenta de que el mapa no es el territorio.
Muchos visitantes esporádicos y entusiastas han intentado hacer ese mapa perfecto de la Isla de Pascua, atribuyéndose el honor –bastante ingenuo- de confundir mapa con territorio. Ni siquiera intentaremos caer en esa tentación, ya que perderse en la Isla puede ser un juego apasionante, pero es muy distinto a que la Isla esté perdida.
Por lo que mientras esa pretensión sea cada vez más recurrente en la medida que se bajen más de tres centenas de personas todos los días en el aeropuerto de Mataveri, asimismo tanto muchos otros residentes parecen confundir el territorio con el lugar de origen.
Las legítimas acciones de asociatividad local del Consejo de Ancianos y del Parlamento Rapa Nui, tratan de fijar -no sin confrontaciones mediante- la peternidad sobre ese origen, de hecho lo parlamentario no le quita ancianidad a esa demanda y viceversa. Los que viven en un Isla saben que irremediablemente se van a encontrar en alguna esquina de ese mapa –ficción- que calza con el territorio –otra ficción al fin y al cabo-, en este caso una ficción de expansión colonial del Chile decimonónico, que de cara al siglo XXI intenta administrar esa heredad para el mundo.
Por lo que mientras la discusión se establezca a nivel territorial no se va a entender nunca que el problema es el lugar, un lugar que es siempre glocal, en la medida de que su potencia y desarrollo se articula en el equilibro entre las entradas y salidas del sistema. Al final todos nos vemos reflejados en la isla más aislada del mundo, pues en definitiva el mundo no es mas que una isla que cada vez está más amenazada de estar lejos de de si misma.
Y ese esa es la verdadera pérdida patrimonial.
José de Nordenflycht
Presidente ICOMOS Chile
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