Durante siglos la gran Muralla China evitó que los territorios de las dinastías gobernantes en ese gran país asiático cayeran en manos de sus enemigos. La amenaza siempre estaba afuera y había que contenerla. Durante siglos el límite del Imperio Romano fue una membrana que de manera flexible permitía su expansión territorial a la vez que cautelaba la contención frente a los que no querían ser integrados en él. La amenaza eran siempre los otros, aquellos que no se convertían en ciudadanos, y había que contenerlos.
Finalmente la historia nos enseña como la desaparición de estos imperios fueron causadas tanto por amenazas externas como por debilidades internas. Frente a esto último, saber exactamente donde estaban los riesgos y cuales eran las falencias podría haber resultado más eficaz que esforzarse en marcar un límite a través de operaciones defensivas que insistían sobre lo que está afuera. Es probable que un gobierno donde su territorio esté transparentemente ordenado y coordinado sea más difícil de derrotar, por más presión que exista sobre sus fronteras.
Recordando estas evidencias históricas y sus posibles lecciones, es que una lectura sobre las recientes polémicas mediáticas desatadas en nuestro país por el desarrollo de proyectos arquitectónicos comerciales vecinos a bienes patrimoniales, nos obliga a hacernos la pregunta ¿Cuáles son los límites del Patrimonio?
Seguramente un tecnócrata desde la precisión de un documento responderá fácilmente que esos límites son los que ha definido el polígono en un plano. Lo que de suyo es legalmente correcto. Sin embargo hace mucho tiempo sabemos que el mapa no es el territorio, por lo cual cualquier abstracción que de modo unilateral deslinde fronteras, obviando las prácticas que ejercen los sujetos en él, será sembrar un conflicto.
Decimos unilateral porque las metodologías para definir esos límites –por más legales que ellos sean- casi siempre las metodologías no son apropiadas al complejo nivel de definición conceptual que hoy día supone que el valor patrimonial no radica tanto en los objetos sino más bien en la relación que establecen los sujetos entre ellos.
Los límites siempre son producto de negociaciones, en las que siempre hay que estar dispuesto a ceder en lo que permita mantener nuestra autenticidad, de otro modo si perdemos ese estado no tenemos con que negociar, y ya nos hemos dado cuenta de cómo algunos operadores del territorio intentan hipotecar el futuro del patrimonio común en base a la falacia de que éste es un obstáculo para el desarrollo, que por lo demás casi nunca es pensado en común.
Hoy se nos impone como condición de defensa en contra de las amenazas de un territorio valorado desde su condición patrimonial, que la definición de sus límites esté lo más acotado posible, como si las áreas patrimoniales fueran un un parque temático, cuado en definitiva sabemos que la consolidación de su valor está radicado precisamente en la configuración permanente de las condiciones que permiten su activa vinculación con la sociedad. El patrimonio es dinámico y no estático, de ahí la necesidad de monitorearlo y definir retrospectivamente su valor universal excepcional tal cual como señalan las directrices operativas de la Convención de Patrimonio Mundial de la Unesco.
En base a lo anterior ¿Cuáles podrían ser los desafíos que impone una agenda pública desde la comprensión de los límites del patrimonio?
Primero que nada la responsabilidad compartida, nadie puede sentirse fuera de los límites del patrimonio cuando nos referimos a un bien inscrito en la Lista de Patrimonio Mundial, habría que estar “fuera del mundo” –literalmente ser un inmundo- , lo que probablemente no sea una condición feliz para nadie.
En segundo lugar instalar una tolerancia al cambio. Esto es doloroso para algunos y doloso para otros, ya que mientras los nostálgicos se resisten a él desde un coeficiente de roce que tiene a la tradición como una de sus piedras de toque, los desarrolladores convierten esa tolerancia en moneda de cambio como promesa de futuro. Ni lo uno ni lo otro, ya que hace rato el patrimonio es la base del desarrollo y no un bien fungible que haya que sacrificar en su nombre.
Finalmente la administración de la obsolescencia, ésta última con el indefectible sino de que todo vestigio material se va a perder algún día, respecto de lo cual el recuerdo, la memoria y su proyección en las generaciones futuras no está únicamente en los objetos –que irremediablemente van a desaparecer- sino que también en los sujetos, que de manera colectiva nos permiten saber de donde venimos, para convertir ese origen en destino.
José de Nordenflycht
Presidente ICOMOS Chile
Foto: José de Nordenflycht, Gran Muralla China, Beijin, 2005.
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