Como es bien sabido el patrimonio es un concepto relacional, lo que supone su construcción continua a partir de los procesos de legitimación social que lo validan, según sea el contexto que los sustente.
Esto, lejos de ser un relativismo, nos ha permitido ir definiendo y precisando de manera más operativa lo que le exigimos al patrimonio.
Digo esto porque hace exactamente dos semanas estábamos en este mismo lugar preguntándonos por el para qué en el contexto de los procesos de participación patrimonial, y ahora volvemos a preguntarnos que es lo que queremos del patrimonio.
Es decir, nos preguntamos por su uso.
Hablar de uso y de función en el ámbito de las consideraciones del patrimonio industrial puede resultar una paradoja para muchos de los que –todavía- piensan que lo que convierte a algo en patrimonio es el abandono de uso original. Sin embargo desde hace un tiempo hay un amplio consenso respecto de que puede ser considerado patrimonio lo que está en pleno funcionamiento y que no necesitamos esperar a que los procesos que originaron su destino inicial hayan cumplido un ciclo.
Claramente el patrimonio industrial no es sólo la ruina de la modernidad, sino que parte esencial de su paisaje cultural.
Lo que demuestran los ascensores y trolleys de Valparaíso es que pueden –y deben- convivir los usos funcionales y los patrimoniales, misma conclusión que debería alejar los fantasmas de inmovilización, por la vía de una musealización forzada y malentendida, de todos aquellos equipamientos, monumentos y sitios que son parte activa de la caracterización de Los Barrios Históricos de la Ciudad Puerto de Valparaíso en su valor excepcional universal validado por la UNESCO en su incorporación a Lista de Patrimonio Mundial.
Desde las concepciones más inmovilistas del patrimonio industrial entendidas como relictos fósiles que debían ser conservados fuera de su contexto, hasta el patrimonio industrial comprendido como el patrimonio del trabajo y la producción, donde los procesos son tan importantes como sus efectos, en donde la monumentalidad de los dispositivos mecanizados comparte protagonismo con las prácticas sociales que les dan sentido, hay un amplio espectro de tipologías, categorías y definiciones que comparecen hoy día en una visión compleja que suma a todo ello el soporte territorial en que se inscriben.
De ahí que esta relación entre territorio y patrimonio industrial converge en el paisaje, entendido éste como una producción cultural que no sólo se representa sino que nos representa en la medida que lo apropiamos e interpretamos.
Ese proceso de apropiación e interpretación es el centro de la efectiva participación en donde las responsabilidades son compartidas entre los sujetos ciudadanos y las instituciones que los representan administrando el territorio.
Cuestión que hemos visto como ha operado, no sin dificultades, en el caso de Valparaíso para legitimar y darle credibilidad a su valor excepcional universal, donde se han debido poner en línea los reivindicaciones sectoriales, los movimientos ciudadanos y la voluntad política del gobierno para hacerse cargo del patrimonio portuario de una “ciudad puerto”, que sólo hace muy poco tiempo -luego de un dilatado decreto ministerial- ha logrado proteger un pequeño fragmento de él representado en sus antiguos almacenes portuarios.
Igualmente promisorio resulta en este escenario que el Ministerio de Bienes Nacionales anuncie –recién esta semana- la voluntad de compra de los ascensores para su puesta en valor, en base a un modelo de gestión que compatibilice su valor patrimonial y su valor funcional.
Más vale tarde que nunca.
Pese a lo anterior no podemos dejar de estar atentos al futuro destino de un sinnúmero de obras urbanas que son parte de este valor excepcional universal como por ejemplo la bodega Simón Bolívar y el caso, lamentablemente perdido por la debilidad de nuestra legislación y su permeabilidad al resquicio, como es la inminente destrucción de la Compañía Ex Chile Tabacos, que gozó de la categoría de Monumento Nacional sólo por algunos meses.
Aquí ya no resultó llegar tarde.
Todas estas situaciones no hacen más que refrendar la oportunidad del presente Seminario, en donde de seguro las experiencias de nuestros colegas y amigos de Argentina y Uruguay, se convertirán en parte central de las reflexiones que alimenten las acciones necesarias para su reconocimiento y vigencia en una de las regiones del mundo donde existe una gran presencia de patrimonio industrial en sus paisajes culturales.
Texto de la presentación de José de Nordenflycht, Presidente de ICOMOS Chile, en el Seminario “Paisaje Cultural y Patrimonio Arquitectónico Industrial: desafíos del siglo XXI.”, Centro de Extensión del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes, Valparaíso, 11 de junio de 2009.
Foto: Trolley frente al edificio de la Compañía Ex Chile Tabacos, Mercurio de Valparaíso.
1 comentario:
Que buen texto.
Se entreve en él en trabajo en equipo o los temas de conversación con José Llano y Juan Mastrantonio. (Quizás algunas personas más que no concideré más otros que ignore).
La pregunta por el habitar es insistente desde el rol del arte también, la pregunta por los lugares, por el pasar, el estar, el convivir, por ese valor del cómo se es como grupo humano, como "porteños" en definitiva, en esa instancia en que hacemos paisaje, pero, a veces los agentes "especializados" (no los "simples ciudadanos") encargados de "velar por el patrimonio" no ven este hacer paisaje, y ante eso creo que sería óptimo no catapultar o negar modos de ser, modos diferentes que aparentemente rozan la ilegalidad, la precariedad, o la crítica, o cuando en verdad eso es lo que es, en su cualidad.
Debe ser difícil para los gobiernos tomar en cuenta estas vertientes que alimentan nuestros modos de ser, como nuestro vínculo con los perros vagos por ejemplo, asunto que tuve la oportunidad de ver en "Ciudad de quién" realizado en el MAC hace unos días atrás.
Quizás, haya allí una imagen de nuestra forma de ser, que no se quiere reconocer, porque sería reconocer un fracaso como gobierno: la pobreza, la desnudez o esa precariedad, pero, sería realmente así?
Digo esto porque la misión de ellos es darle credibilidad al patrimonio, pero, a costa de negarlo?, a costa de "matarlo"? Cuál es la voluntad política de hoy, más allá de la palabra, sino en su viva acción?
Por otro lado, hallar en lo funcional una defensa y legitimidad al patrimonio, me parece una vía necesaria y urgente.
Carolina.
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