Ya era tiempo de que la cultura arquitectónica chilena intentara entrar de lleno en la construcción del relato de su propia ficción.
Hace tiempo que las artes visuales llevan ventaja en ello. Para bien o para mal, hay abundancia de relato desde todos los frentes de su sistema. Esto ha permitido poder confrontar el mito oral con la historia y hacer de ésta una práctica de escritura intersubjetiva y verosímil.
Que los arquitectos escriban no es novedad, y que lo hagan sobre arquitectura, menos. Incluso que se escriba sobre ellos, desde su incorporación como personajes escritos por otros -como lo ha hecho Edwards con Toesca-. Sin embargo dentro del boom arquitectónico que vive Chile desde hace unos años, por lejos lo más equidistante de su más frívola circulación papel couché, es el hecho de que los arquitectos publiquen textos.
Ahí las novedades no abundan en nuestro medio, ya que hay un vacío radical entre las acreditadoras revistas académicas y los suplementos de difusión masiva, todos los cuales rondan siempre el dato preciso y la ilustración de pie de foto, siendo -casi siempre- muy mezquinos en algo tan simple y necesario: relato.
Dos libros de arquitectura escritos por arquitectos, que han sido recientemente entregados a circulación con diferencia de pocas semanas, nos permiten sospechar de que se intenta marcar una distancia entre la fugacidad y la permanencia en medio de este denominado boom.
Nos referimos a Portales del Laberinto (FAAD UNAB / co-cop, Santiago, 2009) editado por Jorge Francisco Liernur y Apuntes, viajes y complicidades de un náufrago arquitecto en las Costas del Pacífico (Ediciones Grillo M, Santiago, 2009) de Renato Vivaldi.
Dos libros que en una primera lectura pueden reconocerse desde marcadas diferencias. Uno en formato de ensayos críticos que no ocultan su filiación académica y el otro en formato de novela fragmentada en episodios, que trata de ocultar su filiación académica.
Uno en formato non-fiction para poner "el punto sobre las íes" y el otro en formato intencionadamente ficcional para –según confiesa su autor- "quitarle el poto a la jeringa".
Uno desde la complicidad de un grupo de autores que coralmente entregan voces sobre su objeto de estudio y otro desde la complicidad de un grupo de voces que entrega un autor sobre su objeto de deseo.
Pese a sus diferencias marcadas, en una segunda lectura cruzada y contextualizada con el resto de las señales que nos entregan los distintos actores del sistema de arquitectura en Chile, comienzan a llamar la atención sus coincidencias.
Lo primero es que ambos comparten su deseo de libro, algo que desde las simples apariencias no es tan obvio, y que las inscribe en el tipo de publicaciones donde el objeto está diseñado desde una iconoclastia sublimada en las portadas.
Lo segundo es la distancia que construye la mirada sobre la arquitectura desde un afuera. Por un lado el afuera del visitante asiduo y atento –confesión de Pancho Liernur en la presentación del libro- y por otro el afuera del que se va sin que lo echen y que vuelve –cada vez- sin que lo llamen. Un afuera que instala su propio límite en la medida de su conveniencia analítica.
Lo tercero es la sincronía epocal que se despliega como telón de fondo en sus respectivas tramas. Ambos parten desde la necesidad de mirar la historia de nuestra cultura arquitectónica reciente desde los traumáticos efectos del 73, inevitable cisura que demandó a las subjetividades a ponerse en línea con su propia historia. Para uno el inicio de la recomposición del duelo se construye colectivamente desde una Bienal, para otro el exilio interior en Chiloé fue la manera de reencontrarse con el lugar que reemplazaría a un país que se había tornado imposible.
En suma uno podría advertir al lector que al interior de ambos libros no encontrará fotos, croquis, planos, como si no existiera sistema de representación arquitectónica capaz de resistirse a la palabra.
Advertencia que suena a promesa: el relato vuelve a tener la palabra.
José de Nordenflycht
Presidente ICOMOS Chile
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