Si cualquiera de nosotros se sometiera a un control médico de rutina y nos fuera descubierta una metástasis en algún órgano interno, quedaríamos tan urgidos por buscar una mejoría definitiva en el corto y mediano plazo, que cualquier efecto cosmético superficial generado por un tratamiento que prometa una sanación posible –como perdida del cabello o adelgazamiento corporal- nos parecería aceptable y hasta insignificante.
Sin embargo, si ante el mismo penoso diagnóstico el médico de turno priorizara una serie de acciones para mitigar los efectos externos de un mal interno, promoviendo intervenciones cosméticas del tipo “cirugía plástica” u otras por el estilo, nuestra indignación y estupor inicial darían paso a rápidamente a la búsqueda de otra consulta, esto último en el margen de nuestra posibilidades que irían desde al plan AUGE hasta la Isapre de turno.
Pues bien el reciente incendio de la calle Condell nos testimonia lo que –analógicamente al caso de la metástasis- ocurre en la ciudad de Valparaíso hace ya varios años.
Por un lado hay un diagnóstico compartido sobre la ciudad en base a lo que son sus debilidades estructurales, a partir de ello se han realizado innumerables seminarios, investigaciones interdisciplinarias, estudios de consultorías, catastros institucionales y un largo etc. En donde probablemente ésta sea la ciudad chilena más recurrente a la hora de pensar en un objeto de estudio en torno a la palabra patrimonio.
Por otro lado se han comprometido inversiones públicas sectoriales de todo tipo sobre la ciudad enmarcadas en planes especiales, préstamos internacionales, inversiones de privados y todo tipo de proyectos urbanos que fragmentariamente han ido focalizando inversión desde el Congreso Nacional a los Ejes Transversales, desde el Plan Valparaíso hasta el PRUV y lo que hoy día se pretende para Barón. Pese a todas las polémicas, confrontaciones y activismos ciudadanos, el dinero del Estado y los privados no ha sido precisamente esquivo.
Pese a lo anterior las decisiones y acciones resultantes en base a ese conocimiento acumulado y a ese financiamiento invertido, son insuficientes desde una voluntad política nacional que se ha comprometido voluntariamente frente a la comunidad internacional desde el momento que los Barrios Históricos de la Ciudad Puerto de Valparaíso se inscriben en la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco.
Los incendios recurrentes en toda la ciudad son uno de los indicadores más lamentables de los efectos de esa falta de coordinación desde todos los actores nacionales y locales para prevenir los riesgos. Riesgos que casi nunca provienen de las fachadas -salvo alguna cornisa con mucha prensa-, sino que del estado de mantención de redes y servicios internos como son el gas y la electricidad, o una combinación fatal de ambos como vimos en calle Serrano el año 2007.
Y aquí la procesión va por dentro.
De hecho la misma administración local tildó en su día al terremoto 27F de “mentiroso”, en virtud de que la destrucción y desplome de fachadas no se condecía con el daño interno de los inmuebles, los cuales en vastas zonas del Almendral y del pie de cerro del área incluida en la Zona de Amortiguación y la Zona Central catalogada como Patrimonio Mundial todavía esperan por una intervención que administre su obsolescencia. Donde en base a estas afirmaciones podremos suponer que desde la administración local el tema sobre la necesidad de una conservación integral de los edificios es conocido.
Nos consta igualmente que el Cuerpo de Bomberos tiene absolutamente diagnosticado el estado de amenaza y vulnerabilidad de la ciudad, no sólo en lo que respecta al mentado estado de los edificios, sino que igualmente respecto de las condiciones de accesibilidad y recursos –redes hidrantes- para poder realizar labores de mitigación y control de los incendios.
En ese escenario no puede resultar más que tristemente paradojal el hecho de que uno de los inmuebles siniestrados recientemente en la calle Condell luciera un gran letrero que anunciaba un programa estatal de recuperación de fechadas, lo que nos debería alertar sobre el hecho de que las debilidades de nuestro patrimonio urbano son mucho más complejas que sus aspectos ornamentales, donde una ciudad como la nuestra merece un cuidado atento de la comunidad local, nacional e internacional, debiendo saber detectar a tiempo sus metástasis y tratando de invertir en su cura más allá de las fachadas para una postal turística que finalmente por añeja e inauténtica se termina desechando.
José de Nordenflycht
Presidente ICOMOS Chile
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