Si convenimos que un país es la combinación posible del relato de su
nación, la identidad de sus habitantes y el lugar de su paisaje, es bastante
probable que para el caso de nuestro país lo que pueda aportar un geógrafo
desde su discurso disciplinar sea lo más parecido a un retrato de familia.
De los mitos sobre el relato de Chile se ha dicho que somos en el siglo
XIX un país contado por historiadores y en el siglo XX un país cantado por
poetas. En medio de lo cual; si es que suscribimos la aristotélica distinción
entre los primeros como los que cuentan lo que ha sucedido y los segundos como
los que cuentan lo que va a suceder; hay un presente que se debe a la
naturaleza y lo que de ella podamos hacer y decir como comunidad en el fatigoso
intento por transformarla y convertirla en cultura.
Y en la atención sobre ese empeño aparece la figura de un geógrafo, quien
como nuestro colega y amigo Alejo Gutiérrez Viñuales se suma al aporte que
desde su disciplina han hecho a la construcción de un imaginario del país, en
el que el retrato de familia deviene en Paisaje Cultural -mucho antes de que se
hablara sobre él en los círculos iniciados del debate patrimonial- lo que ya
era una una noción implícita en celebérrimos textos como el de Subercaseaux o
Cunill.
Reafirmar entonces que el autor del texto que el lector tiene en sus
manos es un geógrafo, no es redundante ni banal, más bien clave para comprender
el sentido del mismo, su propósito y posible utilidad en el actual contexto de
la coyuntura sobre el despliegue de lo patrimonial en el ámbito de la esfera
pública en nuestro país.
Las naciones son relatos desde las comunidades que se imaginan así mismas
en el linde de la imaginación aparece la ficción que de estos territorios y
paisajes nos hagamos de él. Lo que hoy reconocemos como la República de Chile
tiene el privilegio de contar en su territorio con un enorme diversidad de
condiciones climatológicas y geomorfológicas que a su vez posibilitan una más
diversa concentración de ecosistemas, que finalmente reciben en su territorio
un largo proceso de humanización y formas de habitabilidad.
El tamaño de nuestro país no sólo debe ser ponderado por la longitud de
sus límites en superficie, que le dan esa forma cartográfica tan característica
asociada a una sumatoria de latitudes, sino que también debemos estar
conscientes que desde la profundidad de los fondos marinos de su mar
territorial hasta la cumbre de sus más altas montañas en los Andes, existe un
espacio que concentra en su compacta densidad las más importantes reservas
conocidas de minerales, entre los cuales por lejos el cobre es lo que en su
abrumadora mayoría se ofrece a quienes han intentado arrebatárselo a las
entrañas de la tierra.
Ese arrebato se puede documentar desde los primeros indicios de
humanización de nuestro actual territorio nacional, donde la presencia del
cobre es su testimonio más original y auténtico, ahí está el Hombre de Cobre
–todavía en un museo de Nueva York- esperando su retorno a ese origen que le
bautizó como Momia de Chuquicamata.
El impacto que tendrán los procesos de
artificialización de la naturaleza, acelerados con los efectos de la revolución
industrial en la mecanización y la división del trabajo, va convirtiendo a
estos modos de hacer productivos, al trabajo en todas sus dimensiones, en un
bien cultural que se entroniza en el imaginario público con el control nacional
de su explotación.
En este punto la invención de Chile se debe a expresiones del patrimonio
que van mucho más allá de las tradicionales dicotomías natural/cultural o
material/inmaterial, ya que lo que
podría estar describiendo la atenta mirada del trabajo de nuestro geógrafo es
un patrimonio entendido como un Paisaje Industrial, lo que nos lleva nuevamente
a la urgente problemática de los límites del patrimonio.
Lo que demuestra este texto es que no hay una simple implantación de un
campamento minero en base a un modelo foráneo, sino que la relación del
proyecto del Estado de Chile y sus comunidades de trabajadores, todo lo cual en
un paisaje excepcional y único, no podría menos que convertir el relato de su
épica en la ética de un lugar.
Los que sostienen hoy día esa ética del lugar son precisamente quienes
nos dan la oportunidad única de contar con su multitud de memorias activas.
Esta circunstancia ofrece un estado de conservación del sitio que más allá de
sus evidentes amenazas a su integridad física y su vulnerabilidad por una
obsolescencia programada que se acelera en el contexto de una actividad de
explotación en expansión permanente, nos permite disponer ahora mismo del mejor
antídoto contra el olvido que es la memoria, una memoria que puede ayudar a
convertir el mito en relato histórico y éste en patrimonio.
En un país como Chile que detenta dos inscripciones en la Lista de
Patrimonio Mundial de Unesco que responden a la identificación y puesta en
valor del patrimonio de la minería, asociado a paisajes naturales
excepcionales, infraestructuras industriales y comunidades de trabajadores que
con su singularidad han definido en buena medida la identidad del país, no
resulta ambicioso ni desmedido pensar en que Chuquicamata pudiera posicionarse
en ese contexto entendido como una herramienta para su desarrollo como
patrimonio, lo que más allá de los méritos y los merecimientos, pondría en
línea a la humanidad con una parte importante de su patrimonio, en donde un
paso importante es el trabajo que nos aporta el texto de un geógrafo
comprometido con su objeto de estudio.
José de Nordenflycht Concha
Presidente ICOMOS Chile
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