febrero 02, 2014

Chuquicamata: del paisaje cultural al lugar patrimonial



Si convenimos que un país es la combinación posible del relato de su nación, la identidad de sus habitantes y el lugar de su paisaje, es bastante probable que para el caso de nuestro país lo que pueda aportar un geógrafo desde su discurso disciplinar sea lo más parecido a un retrato de familia.
De los mitos sobre el relato de Chile se ha dicho que somos en el siglo XIX un país contado por historiadores y en el siglo XX un país cantado por poetas. En medio de lo cual; si es que suscribimos la aristotélica distinción entre los primeros como los que cuentan lo que ha sucedido y los segundos como los que cuentan lo que va a suceder; hay un presente que se debe a la naturaleza y lo que de ella podamos hacer y decir como comunidad en el fatigoso intento por transformarla y convertirla en cultura.
Y en la atención sobre ese empeño aparece la figura de un geógrafo, quien como nuestro colega y amigo Alejo Gutiérrez Viñuales se suma al aporte que desde su disciplina han hecho a la construcción de un imaginario del país, en el que el retrato de familia deviene en Paisaje Cultural -mucho antes de que se hablara sobre él en los círculos iniciados del debate patrimonial- lo que ya era una una noción implícita en celebérrimos textos como el de Subercaseaux o Cunill.
Reafirmar entonces que el autor del texto que el lector tiene en sus manos es un geógrafo, no es redundante ni banal, más bien clave para comprender el sentido del mismo, su propósito y posible utilidad en el actual contexto de la coyuntura sobre el despliegue de lo patrimonial en el ámbito de la esfera pública en nuestro país.
Las naciones son relatos desde las comunidades que se imaginan así mismas en el linde de la imaginación aparece la ficción que de estos territorios y paisajes nos hagamos de él. Lo que hoy reconocemos como la República de Chile tiene el privilegio de contar en su territorio con un enorme diversidad de condiciones climatológicas y geomorfológicas que a su vez posibilitan una más diversa concentración de ecosistemas, que finalmente reciben en su territorio un largo proceso de humanización y formas de habitabilidad.
El tamaño de nuestro país no sólo debe ser ponderado por la longitud de sus límites en superficie, que le dan esa forma cartográfica tan característica asociada a una sumatoria de latitudes, sino que también debemos estar conscientes que desde la profundidad de los fondos marinos de su mar territorial hasta la cumbre de sus más altas montañas en los Andes, existe un espacio que concentra en su compacta densidad las más importantes reservas conocidas de minerales, entre los cuales por lejos el cobre es lo que en su abrumadora mayoría se ofrece a quienes han intentado arrebatárselo a las entrañas de la tierra.
Ese arrebato se puede documentar desde los primeros indicios de humanización de nuestro actual territorio nacional, donde la presencia del cobre es su testimonio más original y auténtico, ahí está el Hombre de Cobre –todavía en un museo de Nueva York- esperando su retorno a ese origen que le bautizó como Momia de Chuquicamata.
El impacto que tendrán los procesos de artificialización de la naturaleza, acelerados con los efectos de la revolución industrial en la mecanización y la división del trabajo, va convirtiendo a estos modos de hacer productivos, al trabajo en todas sus dimensiones, en un bien cultural que se entroniza en el imaginario público con el control nacional de su explotación.
En este punto la invención de Chile se debe a expresiones del patrimonio que van mucho más allá de las tradicionales dicotomías natural/cultural o material/inmaterial, ya que  lo que podría estar describiendo la atenta mirada del trabajo de nuestro geógrafo es un patrimonio entendido como un Paisaje Industrial, lo que nos lleva nuevamente a la urgente problemática de los límites del patrimonio.
Lo que demuestra este texto es que no hay una simple implantación de un campamento minero en base a un modelo foráneo, sino que la relación del proyecto del Estado de Chile y sus comunidades de trabajadores, todo lo cual en un paisaje excepcional y único, no podría menos que convertir el relato de su épica en la ética de un lugar.
Los que sostienen hoy día esa ética del lugar son precisamente quienes nos dan la oportunidad única de contar con su multitud de memorias activas. Esta circunstancia ofrece un estado de conservación del sitio que más allá de sus evidentes amenazas a su integridad física y su vulnerabilidad por una obsolescencia programada que se acelera en el contexto de una actividad de explotación en expansión permanente, nos permite disponer ahora mismo del mejor antídoto contra el olvido que es la memoria, una memoria que puede ayudar a convertir el mito en relato histórico y éste en patrimonio.
En un país como Chile que detenta dos inscripciones en la Lista de Patrimonio Mundial de Unesco que responden a la identificación y puesta en valor del patrimonio de la minería, asociado a paisajes naturales excepcionales, infraestructuras industriales y comunidades de trabajadores que con su singularidad han definido en buena medida la identidad del país, no resulta ambicioso ni desmedido pensar en que Chuquicamata pudiera posicionarse en ese contexto entendido como una herramienta para su desarrollo como patrimonio, lo que más allá de los méritos y los merecimientos, pondría en línea a la humanidad con una parte importante de su patrimonio, en donde un paso importante es el trabajo que nos aporta el texto de un geógrafo comprometido con su objeto de estudio.








José de Nordenflycht Concha
Presidente ICOMOS Chile


 (Presentación del libro GUTIÉRREZ, Alejo Chuquicamata: evolución urbana y patrimonio, Cedodal, Buenos Aires, 2014.)












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